19/6/08

El Pussycat Dolls Lounge

No dormir por las noches porque tienes insomnio es una putada. Antes paliaba la desesperación follando, lo cual era maravilloso y daba gracias por este don que se me había otorgado y me regalaba horas de sexo.
Sin embargo, eso era antes. Aprendí que no era bueno subir desconocidas a mi piso ya que a la mañana siguiente las susodichas desaparecían sin dejar rastro y, con ellas, desaparecía mi monedero, mis tangas e, incluso, mi home cinema; o que, por el contrario, no desaparecían, sino que se quedaban, y se quedaban, y se quedaban pensando que les había tocado la lotería y la Cattrysse las iba a mantener. Tras estas lecciones decidí que, por la seguridad de mi home cinema y mis futuros tangas, pá follar a un hotel.

Después de escribir mi última entrada al blog busqué mis fotos del viaje a California.
El viaje surgió porque una de mis mejores amigas aspiraba a ser directora de cine (ahora es dueña de un hotel Gay Friendly en Berlín, la vida da muchas vueltas), había filmado ya varios cortometrajes. Tuvo la idea de hacer un corto al estilo road movie con sus amigas de toda la vida, entre las cuales me encuentro yo. Mi amiga nos lo comentó una tarde y las más divas dramaqueenianas (una servidora, la susodicha directora de cine que ahora ejerce de hostalera, una pija divina madrileña que evolucionó a tatuadora y que ahora es tatuador y una estudiante de arquitortura que actualmente sigue en el mismo curso que cuando hicimos el viaje) aceptamos al instante.

De las cuatro, yo era la más pequeña y pensábamos que nos iba a suponer algún problema a la hora de entrar a algunos clubs que teníamos pensados. Sin embargo, una cara bonita, cuatro pares de tetas y un par de dólares con la cara de Lincoln hacen milagros en USA.

Alquilamos un Ford Mustang Cabrio del 66 en Sacramento y llegamos hasta San Francisco. Queríamos seguir hasta Los Ángeles pasando por Santa Bárbara porque a mi amiga se le ocurrió plasmar un paralelismo en el corto entre la Ilgesia y la religiosidad de los nombres de aquellos lugares y lo putas que éramos nosotras, pero a la pija madrileña se le ocurrió ir a Las Vegas.
Nos pareció más divertido emborracharnos en la ciudad de las luces que seguir conduciendo y visitando los lugares de la América cañí, así que fuimos a Las Vegas.

La pija madrileña fue, en su tiempo, toda una cazafortunas o putón, no le importaba lo pasado que estuviera el higo que se metía a la boca con tal de que tuviera mucha pasta.
En el hotel nos regalaron unos pases gratuitos al spa y ella fue la única que lo aprovechó. En el baño turco se la chupó a un viejo empresario. Este señor se jubilaba y tenía montada una fiesta en el Pussycat Dolls Lounge, invitó a la pija madrileña a ir y, por lo tanto, las demás también quedamos invitadas.

Suponíamos que la fiesta iba a estar llena de putas vestidas como putas y mujeres decentes vestidas como putas y, por aquello de no desentonar y sentirnos acordes con el ambiente decidimos ir de compras. Mi sorpresa fue que esas mujeres a las que en España llamamos chonis de polígono (que por cierto, ejercen un extraño poder de seducción sobre mí...Si llevas pendientes de aro en los que podría posarse un loro y toda tu ropa es de Pimkie, seguro que me pones) serían las reinas de Las Vegas ya que todas las tiendas a las que entramos, tiendas supuestamente con renombre, estaban repletas de ropa de este estilo.

Después de buscar entre tanta morralla textil encontramos unos tops a juego con unos cinturones (el dependiente se empeñaba en llamarlos skirt, pero a mi no me engañó), metalizados y con motivos dorados y plateados. Los compramos junto con unas sandalias a juego.
Nos maquillamos y nos peinamos como si hubieramos cambiado a Bobbi Brown por aquella concursante de Gran Hermano que parecía un travelo. Y, ataviadas como las teloneras de Sonia Monroy, fuimos a la fiesta.

El club es impresionante, cuidan hasta el mínimo detalle para que sus viejos millonarios lo pasen bien con sus furcias y sus amigos borrachos.
El comando de putones ibéricos nos separamos a la hora de entrar a la fiesta, pero decidimos quedar cada tres horas en el baño para marujear (el espíritu español no se pierde). Sin embargo, yo incumplí mi promesa de ir al baño en el segundo round, conocí a Little Heather Veitch. En realidad se llamaba Kate y era mexicana. Me contó que eligió ese nombre porque había una stripper muy conocida que se llamaba así y que dejó esa vida por predicar la palabra de Dios. No le pregunté nada más sobre ese tema porque Kate estaba brutalmente buena y no quería saber si eligió ese nombre porque pretendía seguir con el ejemplo, porque era hiper católica, etc. No me importaba, sólo quería follar con ella. Y vaya que si follamos...

Kate hizo un show vestida de elfa (al parecer el viejo millonario al que se la chupó mi amiga en el baño turco era un fan del mundo que creó Tolkien) en el que acababa en top less. Me encantó desde el primer momento, era la típica belleza latina estereotipada, con curvas, melena negra y muy racial.
Cuando las chicas que hacían shows en el escenario terminaban de actuar se quedaban en las salas. Kate bajó a la sala, se acercó a la barra y pidió un copa de Grey Goose de limón, yo no paraba de observarla buscando que en algún momento se cruzaran nuestras miradas y pudiera dedicarle una sonrisita de putita picarona (se me dan muy bien). Como ese cruce de miradas no se daba, me acerqué a ella y le dije que me había gustado mucho su show y que me gustaba mucho ella. Empezamos a coquetear y nos besamos. Fuimos al baño y metí la mano por debajo de su falda (sí, llevaba falda y no cinturón, por paradójico que parezca, una stripper llevaba más tela que yo tapando sus vergüenzas) Kate estaba súper húmeda y yo como una perra, pero seguíamos besándonos con esa esa incómoda, pero a la vez placentera sensación de que necesitas que te metan ya de todo.
El club está dentro del Caesars Palace y el viejo había pagado habitaciones a todos los que participaban en su fiesta así que subimos a la habitación de Kate.
Me lo pasé francamente bien.
La aspirante a directora de cine también acabó en una habitación del Caesars, así que volvimos juntas a nuestro hotel.

Perdimos la cámara de video, la mitad de las grabaciones y la poca vergüenza que nos quedaba. Yo perdí un par de pendientes de Cartier preciosos y mi base de M·A·C, pero me traje muy buen sabor de boca.